viernes, 13 de junio de 2008

Trabajo. ¿Un derecho o un bien preciado?


Me despierto con la noticia de la iniciativa de que, varios países europeos, quieren establecer, en el conjunto del viejo continente, jornada laboral de 65 horas. El periodista que lo comenta no duda en calificar de barbaridad esa pretensión auspiciada por países como Alemania, Inglaterra y los nuevos miembros de la Europa del Este (no sé si era por aquello de los bárbaros).

Lo cierto, es que el problema del trabajo, a pesar de ser un derecho recogido en la Constitución, es algo complejo. Observemos a nuestro alrededor. Barbate es una de las poblaciones con más alta tasa de paro de la provincia, 3677 parados y paradas en el mes de abril, algo más de y un 30%. Barbate ha visto como en los últimos 30 años se ha destruido su tejido productivo, basado en la pesca. Con muchas promesas políticas, pero sin medidas reales, mucha gente de la mar se enganchó en el carro de la construcción, paradójicamente ahora con la crisis muchos vuelven a la mar, pero la mar ya no es lo que era. Otros marineros fueron incentivados a montar pequeños negocios con una pírrica ayuda y sobre todo sin cobertura de estudios de mercado que garantizaran la viabilidad de los proyectos, la mayoría han cerrado o tienen serias dificultades para llegar a fin de mes.

De otra parte, podemos observar, como Barbate cuenta con pocas empresas capaces de dar trabajo de calidad, a pesar de los intentos de los empresarios de organizarse, lo cierto es que, en los últimos años no se ha creado una sola gran empresa en el tejido productivo, más bien hay algunas empresas que parecen crearse para recibir alguna que otra subvención y salga usted a correr. Sin embargo, las pequeñas iniciativas ligadas al mundo de la transformación de los productos del mar deben hacer números y más números para poder mantenerse, amen de la falta de ayudas para acceder a instalaciones y maquinarias.

Para finalizar esta serie de observaciones sobre el trabajo en nuestro pueblo, nos falta señalar como se sigue teniendo la idea (fomentada desde hace ya mas de 30 años) que el ayuntamiento es el oasis en este desierto laboral. Los objetivos laborales de cualquier avispado fueron siempre entrar a trabajar en el ayuntamiento, y para ello mucha gente de pro, muchos de los que se le llena la boca con nombrar a su pueblo, siguieron el juego a quienes desde el poder utilizaban los puestos de trabajo dados a dedo, quienes establecieron un sistema de vasallaje, que convertía al trabajador municipal más que en un funcionario al servicio de su pueblo en un peón en manos de quienes detentaban el poder. Además, este sistema de acceso al trabajo publico y de posterior servilismo sirvió igualmente para que en la administración local se asentaran una serie de vicios en cuanto al cumplimiento de funciones. Se imagina alguien que cualquier trabajador llegue diariamente 10 o 15 minutos tarde por que ha llevado a su hijo o hija al colegio, o se exceda habitualmente en el desayuno, o salga a realizar asuntos de su empresa particular, ¿quién controla los tiempos?, ¿cómo se controlan estos tiempos?, es algo de lo que nadie ha querido saber y no quieren saber. Evidentemente, también hay trabajadores municipales que entran antes de las 8, salen diez minutos más tarde de cuando finaliza la jornada laboral y cumplen el tiempo que están con todas sus responsabilidades.

Los distintos gobiernos que han sido, gozan todos ellos del enorme mérito de no haber realizado nunca convocatoria pública de trabajo. Mil y una estratagema se pusieron en marcha desde contratos fraudulentos, hasta prácticas de empresas que se convierten en contratos, becas que terminan siendo la puerta de entrada falsa, etc, por no hablar del fenómeno familiar (hay familias casi al completo).

Esta manera de actuar, ha llevado a la administración local a lo que podríamos llamar un coma orgánico, es decir, todos los órganos funcionan pero no se tiene respuesta. No hay un organigrama que guíe el funcionamiento local, no hay una plantilla ajustada a ese organigrama y por lo tanto a las necesidades reales,..., en fin no hay ni orden ni concierto. Hasta tal punto ha llegado el asunto que se habla que sobra la mitad de la plantilla, y todo esto sin tener que aplicar las 65 horas.


El Observador

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